sábado, 19 de noviembre de 2011

PAULA EIMIL ROMÁN

Paula Eimil Román. Ovetense de  41 años. Casada con su novio de la universidad. 3 hijos y mil preocupaciones. Madre de familia numerosa; trabaja 5 intensas horas fuera de casa y otras tantas en ella. Es martes 8 de noviembre. Un día normal. La rutina de todos los días.
Suena el despertador. Son las 7:00 am. Paula enciende el interruptor y, en apenas unos segundos, recuerda que ha subido la luz y la discusión que la última factura provocó en casa: “Parecéis las condeses de Fenosa”. Como siempre, Paula sale a comprar el periódico mientras sus niños desayunan intentando no faltar al Principio de Arquímedes según el cual, la cantidad de cola cao desbordado será equivalente a la profundidad a la que sumerjan el sobao con su mano. Paula comprueba que sean el Rey y Cervantes las figuras que aparecen en el par de monedas que lleva en la mano. La quiosquera  le entrega automáticamente el periódico “El Mundo”. La conoce de sobra.
Llega la hora punta. Hay que llevar a tres pequeños medio dormidos rumbo a su centro de trabajo. Enciende la radio del coche. La voz  de Sáenz de Buruaga es acompañada de las palabras, demasiadas agresivas para ser la hora que es, de un contertulio que parece no compartir sus ideas.
Por fin en el colegio. En apenas cinco minutos el bombardeo de informaciones es increíble: una profesora comenta que cinco padres han objetado de Educación para la Ciudadanía, lo cual les está dando más de un quebradero de cabeza; mañana es la elección del nuevo Presidente de la APYMA y, al parecer, el proceso es sumamente tedioso. Además, los profesores siguen enfrentados, pues unos piensan en ir a la huelga y apoyar a los sindicatos, mientras que otros opinan todo lo contrario.
Apenas ocho minutos para el comienzo de su turno. Paula se dirige al coche y ve  mal enganchado en el parabrisas el papel que provocará que su día empiece con mal pié. Justo a tiempo, son las 9:00. Paula es funcionaria y le esperan cinco horas de trabajo. Que éste sea duro o no, será decisión suya: su nómina está asegurada. Aunque, últimamente, hay cierto clima de tensión debido a las noticias que anuncian una reducción en los sueldos de los funcionarios fijos.
Son las 15:08. Paula acaba de llegar a casa y se dispone a comer con su marido y el sonido del telediario presentado por Lourdes Maldonado de fondo. Otra vez de primero macarrones y de segundo pechugas de pollo. No estamos en el mejor momento para comprar solomillo. Maldonado habla durante más de veinte minutos del debate del día anterior, de un tal Berlusconi y de algún que otro apellido conocido.
Paula y su marido bajan a la cafetería de en frente, la de siempre, a tomarse el café. Dos jubilados conversan acaloradamente. Para uno, el claro vencedor del que probablemente haya sido el espacio televisivo más visto de los últimos tiempos, es el que ya es considerado por muchos, nuevo Presidente. Para el otro, la victoria es del que tantos otros consideran cabeza de turco de su propio partido.
Tras el pequeño parón, el día sigue su curso. Antes de recoger a los niños del colegio, Paula se acerca a ver a su madre y a llevarle las croquetas que le hizo ayer. No lo está pasando bien. Le han congelado la pensión y está acostumbrada a un nivel de vida que ahora no puede mantener. Tras una fugaz visita, recoge a los niños del cole. El pequeño le entrega un sobre arrugado. Dentro hay una autorización que debe firmar para que su hijo pueda visitar el ayuntamiento y otra para que pueda hacerse una foto con el alcalde. Antes de ir a casa, pasa por la piscina municipal. Como todos los martes, Juan y Pedro tienen clase hasta las 18:30. Es un consuelo pensar que la condición de familia numerosa aquí es una ventaja.
Las 22:00. Los niños acostados. Paula se tumba en el sofá mientras ve la repetición de Sálvame Deluxe. Hablan de Julián Muñoz y de su implicación en el Caso Malaya. Necesita distraerse hasta que llegue su marido. A las 22:20, el sonido de las llaves. Pelayo, llega a casa. Está agotado y cada día trabaja más. Son malos tiempos para las empresas pequeñas.

Ahora os preguntaréis cómo es posible que en 800 palabras no nos hayamos referido prácticamente a la política y eso que nos hemos extendido más de lo que correspondía. Lo de sintetizar no es nuestro fuerte. En realidad hay un motivo para que la política no haya sido un tema explícito en nuestro ensayo. Y es que creemos que la política está en todas partes: lo que hacemos, lo que no hacemos, lo que decimos, lo que no decimos, lo que compramos, lo que no compramos…todo está empapado de política.
Una última reflexión si es que aún se nos permite. Es cierto que el día a día se ve condicionado en todos los aspectos por la política. Sin embargo, en apenas quince días veremos como otra vez miles de personas meten en la urna el voto que sus padres de pequeños les dijeron que era el correcto. Por qué sí. Porque los otros son unos “capullos” que se dedican a robar y a buscar el mal del país. Así que, jóvenes, ¡despertad! E             s vuestro momento. Vuestro bienestar y el de todos depende de la política y ésta no equivale a escoger una vez cada cuatro años, entre dos posturas con las que no hay por qué estar de acuerdo. 

jueves, 3 de noviembre de 2011

YOGURES ABIERTOS:


¡Qué titulo más extraño…! ¿De qué nos va a hablar ésta ahora? Pues bien, he decidido adentrarme en un terreno espinoso en el que lo políticamente correcto pasa por abstenerse de opinar o por defender la mal llamada libertad personal. Soy consciente de que lo que a continuación voy a exponer podrá chirriar a algunos, ofender a otros y resultar ridículo a muchos. No voy a decir aún cual es el tema al que me refiero. Prefiero que cada quien interprete a lo largo del texto lo que estoy queriendo decir y trate, en la medida de lo posible, sentirse identificado.
Pues bien, trasládate por un momento a un supermercado. Me vale cualquiera. Camina hasta el pasillo de los yogures. ¡Bufff, hay muchísimos! Imposible escoger. No sabes si lanzarte por los de sabores tradicionales: fresa, plátano, limón... Los hay un poco más “controvertidos”, esos que a algunos apasionan y que otros detestan: coco, macedonia, melocotón, piña… También los hay más exóticos. Son quizá los más atractivos visualmente, llenos de colores y con nombres de frutas de las que no has oído hablar ni en los cuentos: maracuyá, papaya, frutas silvestres del bosque perdido en el amazonas… ¡Qué sé yo!
La decisión parece complicada…Querrías llevarte uno de cada pero, está claro que eso no es posible. En la esquina superior derecha hay un yogur con muy buena pinta. Parece que podría estar bueno. Te acercas para consultar el precio. No está mal. Pero…
-¡No! ¡El yogur está abierto!
Te mueres de rabia por dentro.
-¿Quién habrá sido el listo que ha probado el yogur y después lo ha vuelto a dejar en la estantería? ¡Si pruebas el yogur, lo pagas y te lo llevas, caradura!
Además, no hay ningún otro yogur del mismo sabor que ese. Es más, tú querías exactamente ese yogur. Sin embargo, hay algo que está claro: nadie pagaría por un yogur abierto. Puede que haya más personas que estén dispuestas a probarlo allí mismo ¡Total, una vez abierto! Puede incluso que alguien esté dispuesto a pagar un precio inferior al real para llevarse ese yogur a casa. Pero, el buen cliente optará por un yogur cerrado. De calidad. Por él, está dispuesto a pagar una suma superior.
También puede ocurrir que el yogur abierto sea tan deseado por un buen cliente que éste lo envíe hasta Asturias, a la Central Lechera, para que allí lo rellenen y lo vuelvan a cerrar. Incluso el propio yogur puede viajar a Asturias por su propio pié si decide que no quiere que nadie más lo pruebe y prefiere que un buen cliente pague por él.
Hasta aquí mi reflexión. No estoy segura de si habrás podido comprender qué es exactamente de lo que estoy hablando. Puede que me haya ido por las ramas para explicar algo que en realidad es muy simple. Puede simplemente que lo tuyo no sea eso de las metáforas. Como dirían algunos “al pan, pan y al vino, vino”. El siguiente párrafo va dirigido a ellos:
Sí. Estoy hablando de permanecer virgen hasta el matrimonio. Estoy comparando los yogures que esperan en la estantería a ser comprados por alguien con las personas que esperan a encontrar a la persona con la que quieren casarse. No quiero decir que el hombre o la mujer sean un producto por el cual uno de los dos ha de pagar. No quiero comparar el matrimonio con algo tan banal como es comprar un yogur en el súper. En realidad, tanto el hombre como la mujer son al tiempo yogur y cliente. En cuanto a ese viaje a Asturias para volver a cerrarse, hay muchas posibilidades de hacerlo. Depende de quién o qué pienses que es el fabricante. Para mí, puedo decir que, de tener que hacer el viaje, bastaría con acercarme a cualquier “don” para que me perdone en nombre del “Don” con mayúscula. Pero aquí sí que pienso que cada uno puede elegir el medio de transporte que le resulte más apropiado.