¡Qué titulo más extraño…! ¿De qué nos va a hablar ésta ahora? Pues bien, he decidido adentrarme en un terreno espinoso en el que lo políticamente correcto pasa por abstenerse de opinar o por defender la mal llamada libertad personal. Soy consciente de que lo que a continuación voy a exponer podrá chirriar a algunos, ofender a otros y resultar ridículo a muchos. No voy a decir aún cual es el tema al que me refiero. Prefiero que cada quien interprete a lo largo del texto lo que estoy queriendo decir y trate, en la medida de lo posible, sentirse identificado.
Pues bien, trasládate por un momento a un supermercado. Me vale cualquiera. Camina hasta el pasillo de los yogures. ¡Bufff, hay muchísimos! Imposible escoger. No sabes si lanzarte por los de sabores tradicionales: fresa, plátano, limón... Los hay un poco más “controvertidos”, esos que a algunos apasionan y que otros detestan: coco, macedonia, melocotón, piña… También los hay más exóticos. Son quizá los más atractivos visualmente, llenos de colores y con nombres de frutas de las que no has oído hablar ni en los cuentos: maracuyá, papaya, frutas silvestres del bosque perdido en el amazonas… ¡Qué sé yo!
La decisión parece complicada…Querrías llevarte uno de cada pero, está claro que eso no es posible. En la esquina superior derecha hay un yogur con muy buena pinta. Parece que podría estar bueno. Te acercas para consultar el precio. No está mal. Pero…
-¡No! ¡El yogur está abierto!
Te mueres de rabia por dentro.
-¿Quién habrá sido el listo que ha probado el yogur y después lo ha vuelto a dejar en la estantería? ¡Si pruebas el yogur, lo pagas y te lo llevas, caradura!
Además, no hay ningún otro yogur del mismo sabor que ese. Es más, tú querías exactamente ese yogur. Sin embargo, hay algo que está claro: nadie pagaría por un yogur abierto. Puede que haya más personas que estén dispuestas a probarlo allí mismo ¡Total, una vez abierto! Puede incluso que alguien esté dispuesto a pagar un precio inferior al real para llevarse ese yogur a casa. Pero, el buen cliente optará por un yogur cerrado. De calidad. Por él, está dispuesto a pagar una suma superior.
También puede ocurrir que el yogur abierto sea tan deseado por un buen cliente que éste lo envíe hasta Asturias, a la Central Lechera, para que allí lo rellenen y lo vuelvan a cerrar. Incluso el propio yogur puede viajar a Asturias por su propio pié si decide que no quiere que nadie más lo pruebe y prefiere que un buen cliente pague por él.
Hasta aquí mi reflexión. No estoy segura de si habrás podido comprender qué es exactamente de lo que estoy hablando. Puede que me haya ido por las ramas para explicar algo que en realidad es muy simple. Puede simplemente que lo tuyo no sea eso de las metáforas. Como dirían algunos “al pan, pan y al vino, vino”. El siguiente párrafo va dirigido a ellos:
Sí. Estoy hablando de permanecer virgen hasta el matrimonio. Estoy comparando los yogures que esperan en la estantería a ser comprados por alguien con las personas que esperan a encontrar a la persona con la que quieren casarse. No quiero decir que el hombre o la mujer sean un producto por el cual uno de los dos ha de pagar. No quiero comparar el matrimonio con algo tan banal como es comprar un yogur en el súper. En realidad, tanto el hombre como la mujer son al tiempo yogur y cliente. En cuanto a ese viaje a Asturias para volver a cerrarse, hay muchas posibilidades de hacerlo. Depende de quién o qué pienses que es el fabricante. Para mí, puedo decir que, de tener que hacer el viaje, bastaría con acercarme a cualquier “don” para que me perdone en nombre del “Don” con mayúscula. Pero aquí sí que pienso que cada uno puede elegir el medio de transporte que le resulte más apropiado.
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