El agobio. Estudiantes, padres, profesores, jubilados- la humanidad entera- sucumbe diariamente a él. Todos votaríamos a favor del aumento del día en un par de horas. Y, sin embargo, seguiríamos igualmente agobiados. Los sabios hermanos Muñoz (Estopa), más poetas que rockeros, definen así este fenómeno: “tiempo, lo que nos falta es el tiempo, yo te lo cuento sin juramentos, lo que no sobra nunca siempre es el tiempo”. ¿realmente nos falta tiempo?, ¿Tan dañino es el agobio?
Pues no, no lo es. Si dejo aflorar la vena poética que tengo escondida o, más bien enterrada, diría una frase que por su autenticidad cotidiana podría formar parte del refranero español popular. Es la siguiente: “el agobio mueve el mundo”. Como ocurre con casi todos los problemas actuales a los que los grandes pensadores pretenden dar una solución unívoca, en realidad, es una cuestión de matices. Quede de antemano dicho que no me considero la fuente de sabiduría de la que pueda emanar la solución a cualquier dilema. Más bien, creo que todo aquel que piensa (y puedo asegurar que ahora mismo lo estoy haciendo, basta con ver el profundo surco que atraviesa mi frente) tiene el derecho y el deber de opinar.
Pues bien, con todo lo anterior solo he dicho que, para definir el agobio como un problema, es necesario juzgarlo considerando una serie de matices. Todo depende del tipo de agobio del que hablemos y de la acción que al “agobiao” le lleve a ejecutar. Durante las 6 horas que he dedicado a pensar este ensayo (las otras dos las he empleado en leer el libro, en agobiarme por no estar inspirada y en escribirlo) me he dado cuenta de que existen muchos tipos de agobio. Ya que mis pensamientos están limitados a ocupar 600 palabras, describiré los 3 más frecuentes:
El agobio tipo 1 es aquel en el que la persona descubre una acumulación tal de trabajo que se bloquea. Es entonces cuando suelta la célebre frase. “Paso. Total, no me da tiempo ni de broma”. El agobio desaparece como por arte de magia, tan rápido como había aparecido y el sujeto puede disfrutar de unas cañas con los colegas “claramente merecidas” después del agobio que ha pasado.
El agobio tipo 2, mucho más frecuente en los chicos que en las chicas, es aquel en el que la persona necesita quitárselo de encima de cualquier manera para poder afrontar la tarea en cuestión. Para ello, recurre a métodos tales como salir a correr “a fuego” durante un rato, gritar por una ventana o cualquier otra forma de desahogo poco racional.
El agobio tipo 3, es aquel que lleva a la persona a actuar. Se diferencia de los dos anteriores en que en éste, la actuación no se dirige a combatir el agobio sino a acometer con la mayor prontitud la tarea de la cual deriva el agobio. Quien sufre este agobio pone en marcha todos los mecanismos que posee para conseguir llegar a todo. No se trata de hacer a la vez todas las cosas que tiene pendientes. Esa podría ser la reacción propia del agobio tipo 4 que no describiré aquí. La persona con agobio tipo 3 sigue una secuencia de pensamiento parecida a la siguiente:
1-“Estoy agobiado”.
2- ¿Qué estoy haciendo ahora? Las respuestas posibles son 2:
a) “Nada”. En este caso, la persona comienza a ejecutar inmediatamente la tarea. Estaríamos ante un “agobio productivo” en cuanto que el sujeto se pone “manos a la obra”.
b) “Trabajar en la tarea”. En esta otra situación el sujeto con agobio tipo 3 se dice a sí mismo: “No puedo hacer más. El agobio ya no es productivo. Llegaré hasta donde pueda.”
Concluyendo, y para ello pidiendo una prorroga de 50 palabrillas, decir que, ya que el agobio está inevitablemente presente en nuestras recargadas vidas, lo mejor será que éste se vuelva productivo. Por eso, insto a todo quien me lea a sustituir la desgastada frase: “No te agobies”, por la nueva expresión: “Solo ten agobio tipo 3”.
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