Mi nombre completo es Ana Catalina Fernández-Vigil Iglesias aunque es poca la gente que lo conoce. Para el mundo en general mi nombre se resume en Ana Vigil. Quienes me conocen un poco más pueden escoger entre muchas posibilidades: Anina, Cata(los más simpáticos), Vigila, etc. Sin embargo, el objeto de este ensayo no es hacer una exposición de las variantes de mi nombre sino pararse un momento para pensar y dar respuesta a una pregunta tan de Perogrullo que pocos han hecho una pausa en sus agitadas vidas para responderla: ¿Quién soy yo?
Pues bien, ostento el enorme honor de ser la primogénita de cinco geniales, responsables y delirantes hermanos que, siendo totalmente diferentes unos de otros, se necesitan hasta un punto que ni ellos mismos sospechan. Ovetense que emigra a Pamplona en busca no sé muy bien de qué. Puede que para conocerme a mi misma o más bien para encontrarme. Puede que simplemente porque tocaba. Puede que para huir del ya agobiante y viciado ambiente carbayon . O puede que por una combinación heterogénea de estos tres motivos. Eso sí, con la clarísima intención de volver pronto a los orígenes pues me considero asturianina de pura cepa: dura por fuera pero “santina” por dentro.
Amante de las cosas bien hechas, el miedo a sufrir es mi peor enemigo y no son pocas las veces que esto me lleva a un sufrimiento mayor. Perfeccionista patológica y obsesivo-compulsiva con mis responsabilidades hasta tal punto que “no cumplir” para mi conlleva numerosos quebraderos de cabeza.
En cuanto a amores soy de ideas fijas: dar y darse constituyen la base de cualquier relación interpersonal. Es por eso que dedico gran parte de mis esfuerzos a intentar que todas las personas de las que estoy enamorada (familia, novio, amigas, etc.)sean felices aunque no sabría decir hasta que punto lo hago por ellos o por mi pues no conozco satisfacción mayor que la que se siente cuando alguien te agradece algo.
Nunca me han gustado las legumbres y, ya que soy cabezota por naturaleza, nunca me las he comido. En este sentido, soy el primer y último fracaso educativo de mi madre, maestra de profesión y partido de la oposición cuando me decidí por los estudios que ahora mismo curso. Me chifla el yogur de melocotón y maracuyá y mato por un cucurucho de nata.
¿Una época mala? El cáncer sufrido por mi padre que dejó impresa en mi carácter una huella muy honda. Al mismo tiempo, me permitió conocerle mucho mejor y, en consecuencia, despertó en mí un respeto y una admiración hacia él que nunca había sentido hacia nadie. En cuanto a mi madre, creo que su mayor contribución a mi crecimiento personal fue la de repetir hasta la saciedad la frase: “sé buena Anina” pues su empeño por hacer las cosas bien es una de las virtudes a la que con más ansia aspiro.
En cuanto al presente, mi meta a corto plazo es aprender a sufrir. No solo eso, quiero llegar a amar el sufrimiento y a darle un sentido. Para ello necesito conseguir desarrollar mi escasa capacidad de adaptación, desterrar mi inflexibilidad y aprender a tolerar la imperfección.
Mirando hacia el futuro, si dijera lo que me han enseñado, diría que mi meta a largo plazo es ser feliz. Sin embargo y, aunque creo que una es consecuencia irremediable de la otra, más bien diría que la meta fundamental en mi vida es cumplir lo que mi madre me decía: “ser buena” y así lo demás vendrá solo.
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